Todo tiene una historia y a mí siempre me gustó imaginar y crear esas historias. Podía ser la mejor concertista si tenía cerca un piano de juguete y convertirme en profesora con pizarra y tiza en mano.
Unas simples piezas de madera podían ser un bosque o un refugio donde cobijarse de la oscuridad.
Siempre he tenido facilidad para vivir y sentir las historias que otros cuentan.
Y creo las mías exprimiendo mi mente, mis sentimientos y mi corazón, dejándome la piel en cada palabra, frase, párrafo, y lograr así transmitir mi entusiasmo a tu lectura.
Desde niña mi mente siempre ha hecho lo que le ha salido de los huevos. Siempre en funcionamiento, creando historias continuamente, me interesasen o no, y que yo luego liberaba jugando con las muñecas o una simple caja de cartón como nave espacial.
Y luego estaba la magia…
En casa siempre han sido muy esotéricos. Sobre todo mi madre. Siempre le han atraído estas cosas y puede que ellas se hayan sentido atraídas por la rubia…
O por nosotras.
Mucho antes de yo saber de esta afición, cuando aún me daba miedo la música de las pelis de terror (no era capaz de ver ni una), el fantasma de mi casa me habló.
Fíjate si era miedosa que dormía con la puerta de la habitación abierta. ¡Gran error!
Mi habitación, en casa de mis padres, da al pasillo, y cuando yo era una cándida e inocente niña, me despertaba muy pronto. En general, solía levantarme e ir a la cama de mis padres, despertarles jodiéndoles la vida y hacerles jugar al Veo Veo.
Pero ese día quise darles cuartelillo y pensé “no jodas tan pronto, Patri. Ve más tarde”.
Al final no llegué a ir…
Me aburría y hablé con el pasillo. Yo decía “¿Quién es?” y me respondía el eco del pasillo “es… es… es…”. ¡Qué divertido!
No recuerdo cuánto tiempo estuve con la tontería, pero al fantasma le debí de tocar los cojones ese sábado por la mañana y respondió…
“Isabel muerta”.
Eso no era el eco ni un vecino que pasaba por el portal. Esa voz era profunda, espectral…
Estaba en el pasillo… Y no tenía eco.
No me atreví a levantarme y cerrar la puerta. Me tapé con la sábana hasta la cabeza, como si fuera mágica y pudiera protegerme de todo mal, y ahí me quedé hasta que mi madre, horas después y extrañada, vino a “despertarme”.
Era verano y sudé lo que no está escrito debajo de esa sábana. Calor y mucho miedo. Atenazada en una cama de ochenta sabiendo que algo me había hablado desde el pasillo.
No lo conté hasta muchos años después. Era una cría de cinco años y hasta me daba vergüenza. ¿Quién se cree esas cosas?
Pero fue real. No estaba dormida ni medio dormida, estaba más que despierta, no había nadie más en pie en mi casa, no fue un vecino que pasó por el portal. No. Esa voz vino del pasillo, de algo que estaba ahí.
Ahora no le temo. Creo que lleva más años en casa de mis padres que ellos mismos y nunca nos ha hecho daño. De hecho, creo que incluso nos ha salvado de cosas peores, aunque a veces juega con los relojes de mi padre. Los para. Todos detenidos en el tiempo. A la vez.
Creo que el terror empezó a fascinarme desde entonces. Mi madre ya era fan, pero como he dicho, yo era una miedica que sólo con escuchar la música de las películas me acojonaba muchísimo. Si estaba en mi cuarto y veían una peli de terror en el salón, como oía la música, tenía que ir al salón con ellos, cerrar los ojos y taparme los oídos.
Triste, lo sé, pero así era…
O no. Un ojo siempre se abría. O los dedos de las manos con las que te ocultas el rostro, como con el vídeo de Thriller de Michael Jackson, que me lo sé de memoria desde el ochenta y dos y me daba pesadillas. Pero escondida debajo de la mesa y tapándome la cara, lo veía de principio a fin.
Piensa que la luz y la oscuridad tuvieran vida propia…